Hace apenas un siglo existían profesiones tan curiosas como despertadores humanos que golpeaban ventanas con un palo o encendedores de faroles que recorrían la ciudad cada noche. Un viaje al pasado para descubrir los trabajos que la tecnología borró del mapa.

Los despertadores humanos

Uno de los casos más curiosos es el de los llamados “despertadores humanos” o knocker-uppers. Armados con palos largos, cañas de bambú o incluso cerbatanas que lanzaban piedritas, estos trabajadores recorrían las calles al amanecer para asegurarse de que sus clientes se levantaran a tiempo para ir a trabajar. Este oficio fue común en ciudades como Londres, Manchester o Dublín hasta bien entrada la primera mitad del siglo XX, sobre todo en barrios obreros donde llegar tarde podía significar la pérdida del empleo.

Encendedores de faroles

Antes de la llegada de la electricidad, la iluminación de las calles dependía de faroles alimentados con gas. Cada tarde, un trabajador recorría la ciudad con una pértiga para encender manualmente las lámparas y a la madrugada regresaba para apagarlas. Era una tarea que exigía puntualidad, resistencia física y un conocimiento detallado de las calles. La instalación de sistemas eléctricos con encendido automático hizo que esta profesión desapareciera rápidamente a partir de la década de 1920.

Telefonistas manuales

Las centralitas telefónicas fueron escenario de un trabajo hoy extinto: el de las telefonistas manuales. Antes de la marcación automática, cada llamada debía ser conectada por una operadora que manejaba un panel de cables y enchufes para enlazar al cliente con su destinatario. Aunque repetitivo, requería rapidez, buena memoria y modales impecables. La automatización de las comunicaciones acabó con este rol hacia mediados del siglo XX.

Cazadores de ratas

En un tiempo en el que las plagas eran una amenaza constante y los pesticidas modernos no existían, muchas ciudades contaban con cazadores de ratas profesionales. Equipados con jaulas, trampas y, en algunos casos, perros entrenados, se encargaban de reducir la población de roedores y prevenir enfermedades como la peste bubónica. Hoy, el control de plagas se realiza con métodos más especializados e integrados en los sistemas de salubridad.

Proyectistas de diapositivas

En los cines y teatros de principios del siglo XX, antes de la proyección digital y el sonido sincronizado, existían los proyectistas de diapositivas. Su función era colocar manualmente imágenes fijas para acompañar espectáculos o publicidades. Este oficio requería coordinación con el equipo escénico y rapidez para realizar cambios en el momento justo. El avance del cine sonoro y la televisión lo volvió innecesario.

Afiladores ambulantes

Todavía presentes en algunas zonas rurales como rareza, los afiladores ambulantes tuvieron su época dorada en las calles de ciudades y pueblos. Recorriendo con bicicletas adaptadas o carritos con piedras de afilar, ofrecían sus servicios para cuchillos, tijeras y herramientas. La llegada de utensilios más baratos y desechables redujo drásticamente su demanda.

La tecnología como motor de cambio

Aunque cada uno de estos trabajos tiene su propia historia, todos comparten un mismo destino: fueron reemplazados por innovaciones tecnológicas o cambios estructurales en la sociedad. Los despertadores humanos desaparecieron con la producción masiva de relojes asequibles, los encendedores de faroles cedieron ante la electricidad, las telefonistas fueron sustituidas por centrales automáticas y los cazadores de ratas se integraron a un sistema sanitario más moderno.

Este fenómeno sigue ocurriendo. En la actualidad, empleos como los cajeros de peaje, los videoclubistas o los operadores de fotocopiadoras están desapareciendo, mientras nuevas profesiones vinculadas a la inteligencia artificial, la energía renovable y la economía digital crecen a gran velocidad.

Más que simples curiosidades históricas, estos oficios desaparecidos reflejan la capacidad humana para adaptarse a nuevas realidades. La desaparición de profesiones no siempre implica pérdida: en muchos casos abre espacio a tareas más seguras, menos repetitivas y con mayores oportunidades de desarrollo. Sin embargo, también nos recuerda que el cambio tecnológico puede dejar a muchas personas fuera del mercado laboral si no se implementan políticas de reconversión adecuadas.

En cien años, probablemente nuestros nietos se asombren de que existiera gente que condujera taxis manualmente, que atendiera cajas en supermercados o que escribiera artículos sin la ayuda total de una inteligencia artificial. La historia del trabajo, como la de la humanidad, está en constante movimiento.

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